¡INTERESANTE! Notas de la autora...

lunes, 26 de abril de 2010

PARTE20

-Un café –contesté yo.
Se acercó a la barra y puso en marcha su cafetera. Vi como preparaba con mimo aquella taza que me regaló única y exclusivamente para mí. Dejó la taza sobre mi mesa y, en el plato, justo debajo del sobre del azúcar… una tarjeta de visita. Dicha tarjeta me aseguraba que una tal Dña. López Maral era Psicóloga, lo cual me pareció muy aceptable… lo que no me lo pareció tanto es que mi mejor amiga fuese lo suficientemente cobarde como para fingir que tenia trabajo y decírmelo “sutilmente” de dicha manera, y lo suficientemente cabrona como para pensar que yo necesitaba la ayuda de esa mujer.

Cuando se sentó a mi lado la miré fijamente. No dijo nada. Afiné mi voz con cuatro tosidas. No dijo nada. Se rascó la cabeza. No dijo nada. Me levanté y no dijo nada. Y justo cuando iba a salir por la puerta se acercó y me dijo seriamente:
-Es muy buena, no se que tonterías hace con musiquita de fondo y esas historias que consigue que la gente recuerde cosas, es una terapia… solo eso.
-¿Crees que estoy loca?
-Vamos por favor no digas tonterías –dijo casi susurrando- pero no es un secreto que hace más de un año del accidente y sigues sin recordar prácticamente nada… ¿no crees que seria mejor intentarlo?- en aquel momento hice el amago de salir por la puerta, me cogió del brazo e insistió-
una… dos sesiones. Yo invito. Si ves que no hay resultado no lo intentes más.
-Está bien, cuando tenga un descanso en la editorial llamaré, pero no te prometo nada.
No me quité en todo el día aquella idea. No sabia si realmente no creía en esas cosas, si me parecía un malgasto de dinero o si lo que realmente pasaba era que tenía miedo a saber la verdad.


Aquella noche, muy calurosa todo sea dicho, no pude dormir pensando en preguntarle a Tomás que le parecía a él la idea. Para cuando me decidí a hacerlo estaba completamente dormido. No dejaba de darle vueltas al asunto. Podía ser bueno para mí… aunque no sabía si estaba dispuesta a recordar el accidente en sí…



…Cerré los ojos… y a la mañana siguiente, a primera hora marqué los 9 dígitos en negrita de aquella elegante tarjeta.

martes, 6 de abril de 2010

Parte19



Llamé a Sani (aunque podría no haberlo hecho) para avisarla de que en menos de media hora estaría allí para tomar el matutino café del que se convertía en mi primer día de trabajo después de aquel letargo. Me acostaba todas las noches dejando aquel block de notas en blanco. Una página de texto que cerraba en mi ordenador a la que respondía un “No” si me preguntaba “¿desea guardar los cambios en Documento1?”. Tenía miedo de volver. De volver a mi maravillosa mesa de contrachapado barato y recordar la don nadie que era. Aunque, valga la ironía, recordar fuese infinitamente necesario para ser alguien. Todo era nítido. La infancia, la familia, los recuerdos… la primera vez que vi a Tomás, la presentación de mi primer libro… la universidad, papá y mamá. Pero no me recordaba a mí misma, ni el porqué de aquel accidente... ni por qué salí tan deprisa a esas horas de la noche con el coche. Y seguramente la razón se alargaba hasta llegar al punto exacto en el que lo olvidaba todo, un año antes de aquello. Y cada vez que arrancaba aquel Fabia azul oscuro... me torturaba con la misma pregunta ¿por qué?


Las prisas propias de estar a cinco calles del café y diez minutos de mi hora de entrada en el trabajo, una pareja paseando de la mano a mi izquierda que me impedía ver un semáforo rojo delante de mí se conjugaban dando resultado de un frenazo en seco y un consecuente chichón que nacía del beso entre mi frente y el volante.


Me vi a mi misma. Y vi a una pareja paseando de la mano, que no era la que había visto hacía unos segundos. Me vi en mi coche, si… pero con otra ropa, otro pelo,… al fin me veía a mí, creo. Me despertó de aquella especie de visión el ruido que hicieron unos nudillos en el cristal de mi ventana y el -¿se encuentra bien?- de algún peatón preocupado.


Aparqué el coche a escasos cinco metros de aquel semáforo y tomé a sensata decisión de hacer el resto del camino andando.


-Pero qué coño!?- exclamó siendo fiel a su personalidad, con todo alto... Dejándose oír por todos sus clientes.


-Un frenazo, ahora mismo….-


-pedazo de hostia, no?? Menudo chichón. ¿Quieres algo… hielo, algo?


-¿Qué tal un café y unos cien decibelios menos? – dije provocando la risa del cliente sentado en la mesa que ella recogía en aquel momento que… todo sea dicho, se tapaba uno de sus oídos en aquel instante.