Cuando recibí aquella llamada de mi jefe lo último que me imaginaba era aquella proposición. En fin, no era demasiado normal que después de darme aquellas vacaciones gratuitas a regañadientes me invitara a una fiesta de disfraces. Supuestamente su excusa era la de la coincidencia de fechas entre el carnaval y el aniversario de la editorial. En aquel instante me sorprendió mi retorcida capacidad de sospecha, sobre todo cuando deliré teorizando posibles respuestas a esas rarezas. Como, por ejemplo… que si hubiese una fiesta, pero no de disfraces, y que su invitación (más que amable y cordial, todo sea dicho) se limitase al hecho de ridiculizarme ante todos al entrar al local disfrazada… en una fiesta de etiqueta.
Miré el armario.
¿Por qué no me sorprendía no recordar si tenía disfraces? No me apetecía comprar nada, por lo que decidí improvisar algo con ropa vieja. Antes de que quisiera darme cuenta habían pasado casi tres horas y tenía la habitación completamente descolocada, mientras tanto el reloj me gritaba el poco tiempo que quedaba para que Tomás llegara por fin de aquel dichoso viaje. Con un poco de suerte me acompañaría, y con más suerte si cabe no lo haría. Podría hablar tranquilamente con Mateu, o huirle con disimulo… dependía de lo incomoda que me sintiera en aquel momento. Me sentía casi tan cómica como la mayoría de monólogos de Luis Piedrahita. Miré de reojo algunas cosas sueltas… ahí estaba el disfraz ideal. En pocas horas estaría lista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario